Soltar amarres y… viajar, huir, buscar, explorar, perderse. Y encontrarse.
Estar en perenne movimiento, siempre, también cuando estamos parados.
Mantener con determinación el rumbo elegido, modificando constantemente las velas.
Aprender que el camino más efectivo entre A y B pocas veces tiene a que ver con una única línea recta.
Aceptar que nuestra trayectoria y nuestro punto de llegada serán unos lugares aproximados.
Oscilar, en un equilibro de fuerzas opuestas que empujan y frenan, vuelcan y alinean.
Oscilar, en un equilibrio de prioridades: estabilidad y velocidad, agilidad y comodidad, ligereza y solidez.
Oscilar, en un equilibrio de perspectivas: entre lo profundo del mar, lo elevado del cielo, la amplitud del horizonte.
Leer e interpretar lo fundamental – por naturaleza invisible – a través de señales, sensaciones y huellas visibles: el viento. Nuestros valores.
Esto es fluir. ¿Acaso hay formas mejores de hacerlo?